- Le estoy dando muchas vueltas, vamos a platicarlo. Yo sé bien que siempre he tenido ese sentimiento, casi como instinto animal que me hace querer poseerte, que seas mía, solo mía.
Sueno bastante tonto, muy tonto en verdad; no tengo lugar de estar así.
Cuando me preguntaste "¿Y tú quién te crees?" Me di cuenta de muchas cosas, entre ellas...
- Olvídalo, es mejor olvidarlo.
- Ay, Pancracia, cuando te digo que te amo, lo digo de verdad.
- Yo te quiero.
- Aunque no me dejes terminar, quiero decirte que tu mirada es muy pesada, ja, ja; cómo la de María Felix, he ahí tú parecido.
Dame un abrazo.
- No.
- Anda, abrázame.
- Hoy no, Alejo, hoy no.
- Bueno, está bien. Cuídate, hablamos luego.
Pensé en Pancracia parte del día, en sus aventuras que tiene, en sus juegos que normalmente asechan a uno que otro inocente que la cree tierna, pero en realidad si es tierna, por eso es fácil creerle. Mentirosa con talento.
A mí no me miente, eso lo sé, si lo hace, no lo hace con intención, por eso, aunque no me abrace y me obligué a olvidar, alguna vez le dije que será ella quien recordará. ¡Iluso que fui! ¿Que hago yo aquí pensando y recordando?
Así, que llame a Macaria, mi esposa, le pregunté por mi hijo y como iba el trabajo, así una vez más, purgue la parte de Pancracia de mi mente, esa de recordar, así entonces paso un día más, un día menos.