En el obscura alma, muy dentro del abismo protector,
la última llamarada de la vida finita. Un único resplandor entre las tinieblas,
Justo donde nadie puede alcanzar la esencia más pura. ¿A dónde he de terminar?
Las tardes lluviosas son para tratar de
ser felices y ni siquiera puedo sentir una gota en mi piel. ¿Tan dormido estoy?
La tarde pasa sin tener algún efecto en mí, no existe el hambre, no existe la
necesidad. He caído tan bajo que olvidé estar vivo.
Pasan las semanas hasta que algún brote de existencia
emana desde mis adentros. Una extraña noticia ¡Oh señores míos! Nunca había
imaginado aquella sorpresiva visita, una imitadora de la dulce muerte toca la puerta…
impostora.
Y entonces bebimos y también fumamos y me vi extasiado
ante la visita noctambula. Embriagado por licores con un distinguido sabor
espectral. Ahí estaba, la mismísima encarnación de la muerte, observándome a
los ojos, lista para hacerme suyo.
Entre las lamas que encienden el cigarrillo puedo leer
el destino de los ecos que hoy me mantienen un poco cuerdo, no es bueno. Si tan
sólo pudiera encontrar en medio de las etéreas formas que ahí danzan algún
indicio de un futuro mejor, juro que me aferraría al amanecer. Pero sólo vero
más y más desolación incluso en medio de las cenizas cambiantes.
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