En noche taciturna y calma
un leve tintineo apareció
como una invitación
a una de esas danzas extracorporeas.
Me vi ante la figura de mi tormento
al esperar, la angustia me carcome
cual ojo de huracán justo antes
de invocar la ira de los dioses.
Y entonces, cual daga benévola
un punzante dolor emergió de mi pecho
era el inicio de una siniestra apuesta
a la que nunca me he podido resistir.
De la nada me vi envuelto
en una espesa neblina
y las voces sepulcrales
coreaban aquel himno impío.
Y pude ver a los ojos aquellas ánimas
cada una de ellas con la muerte en sus ojos
aullaban sumergidos en la más obscura
y tétrica compañía. La dama pálida.
El tiempo se había detenido
y fue entonces que corrí
lo más rápido que pude, lejos
de aquello que solía mantenerme vivo.
Nunca me detuve para mirar atrás
mientras corría hacia su negro manto
y al final que su presencia presagiaba.
Pero al final, sólo fue otro dulce coqueteo.
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