El deprimente sonar
de un viejo blues destruido
atrae a mi dulce obsesión
tan cerca de la neblina.
Se oye a lo lejos
un ronco crujir
el respirar difunto
del hombre condenado.
La muñeca de porcelana viva
sonríe demente
oculta entre la neblina
y la obscuridad del exilio.
Los alaridos resuenan
en este pantano olvidado
donde el veneno
y los días felices son uno.
Aquella excéntrica risa
entra en las venas
acaricia el espíritu
y resuena en el tiempo.
El tiempo se detiene
al acabar los acartonados pasos
al terminar las risas
al saludar la paz.
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