- Si no quieres que te pertenezca solo a ti, dímelo.
- No es cosa de pertenecer, Pancracia.
- ¿No?, Entonces, ¿Qué es lo que acabas de insinuar?
- ¡Que eres libre, muy libre!
- Eso ya lo sé y sé que también me quieres, Alejo.
- Pero escucha, yo te lo quiero decir.
- Y tú, ¿quién te crees para decirme eso?
- No me creo nadie, no soy nadie, pero... Escucha.
- No, no quiero escuchar.
- ¡Siempre lo mismo!
- Si yo quiero coger con Fredy, Judith, Adrián, Martha, Félix, Alberto o Lucía, ¡No tienes ningún derecho de objeción!
Jamás te he dicho que me perteneces, porque no es así; desde un inicio tenía en cuenta lo que éramos, un montón de cuervos apilados, queriéndose comer la pasión errante que ha ambos nos hacía falta. Eso somos, cuervos, cuervos insaciables, cuerdos.
¡Y tú! Que eres mi instructor en esto de devorar, ¿vienes y humillas mi libertad?
- No quise decir eso, Pancracia, lo sabes. Sé que no estoy en posición, no me hago pendejo, sé que hay adversidades de por medio.
- Adversidades que tomo en cuenta para no molestarte, pero no hacen que te quiera ni un poquito menos. ¿Tienes algún problema que durante estos próximos quince, cincuenta, o más minutos quiera pertenecerte, a ti, solo a ti o si quiero, estos dos, cinco, diez años?
Si me doy cuenta, que ya no quiero ser tuya durante los próximos 10 segundos ¿Que dirás?
Ay, Alejo, no has entendido nada.