Invado la enredadera cobriza, acaricio cada hebra de aquella
cascada... con estas manos, extensión del alma y contorno del cuerpo, trato de
llegar cada vez más profundo en aquel mar de bronce hasta que, por un instante
el tiempo se detiene ¡Pero qué instante querida! Cuando las nebulosas se
asomaron en las ventanas que dan al alba. El tiempo, como dijo aquel loco, se
vuelve relativo.
Sostengo aquel océano en la plena eternidad de mi universo de
bolsillo.
Los veo, veo como me ven y también veo como, con cada nanosegundo
el tiempo se vuelve cada vez más y más ajeno a mi comprensión. Veo como las
nebulosas dejan expandirse cada vez más a aquel acogedor abismo oculto detrás
de lo que llamamos corneas. El mundo desaparece, todo desaparece. Exhalo.
Es ahí cuando los pétalos de rosas conocen las arenas del
desierto.
Una leve taquicardia se hace presente cuando aquellas hebras rosan
mi rostro. Un dulce aliento se hace presente para cautivar aún más los
sentidos... ahí es cuando una desgraciada idea cruza el infinito para
arrastrarme a la realidad. Sin importar cuanto suplicara por un instante más,
la realidad es una perra cruel y tenía que regresar en algún momento.
Es ahí, cuando el sueño se convierte en locura... de la buena.