que la bestia sabia y adoctrinada
oculta a la vista de todos
y fácilmente
confundible con los deseos suicidas.
La somnolencia, señores
tan cobarde
se marcha con el rabo entre las patas
cada vez que el desierto
decide soplar.
La bestia vuelve a aparecer.
Los abismales ojos se firijen ante mi
hipnóticos y bellos.
Pero nada funciona
no con el hombre muerto.
No con el fantasma visible
de cascaron cuarteado
y sangre putrefacta.
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